- Dame agua! - murmuró la anciana.
Rosita le entregó automáticamente un vaso de agua sin interrumpir sus pensamientos.
- Déjala aquí! –seguía con sus órdenes la anciana. Ni siquiera sabía si ella tenía sed, pero tenía que decir algo de vez en cuando.
Fue una mujercita dócil, pero con problemas de memoria. Rosita llevaba con ella casi dos meses, pero no podía dejar de pensar de Doña Carmen. Con su muerte Rosita parecía haber perdido por segunda vez a su madre. Sentía menos nostalgia por su país que por Mama Carmen. Fue ella que le enseño el español y tantas cosas nuevas. Amaba observarla cuando Doña Carmen pintaba, examinar con ella sus revistas nuevas ... ¿Cómo pudo dejar de vivir una persona así de buena! Rosita no podía acostumbrarse a su nueva dueña. Doña Carmen estaba en todos sus pensamientos ...
- ¡Quiero crema! – murmuró de nuevo la anciana.
- Está caliente todavía. ¡Déjela que se enfríe! - respondió Rosita, tratando de imaginar que Mama Carmen estaba a su lado ...
... ¡Qué bien vivían las dos! Había momentos en que se olvidaban de la edad que tenían. En el principio Doña Carmen fue cerrada y contenida. "¿Cómo voy a vivir con esta señora tan fría?" - pensó entonces Rosita. Y poco a poco se convirtieron en amigas.
- ¡Perdí a mi hijo, pero ahora tengo a una hija! - dijo un día Doña Carmen en lágrimas. Sus palabras fueron un largo suspiro, sostenido durante años. Y Rosita pidió que le llamara a Carmen "mamá".
- ¿Cómo pudo pasar eso? No me había dicho que ha tenido a un hijo, mama Carmen! ¿Pero qué le pasa? ¿Está bien? ¡Vamos a ver cómo tiene la presión sanguínea!
Rosita se sintió avergonzada por sus palabras. Ella sabía que su señora nunca se había casado. Tenía a un hermano y todos sus la críos derramaron después del funeral en búsqueda de algún testamento y para dividir joyería, vasos, encajes...
Pero la mayor sorpresa fue que la señora tuvo a un hijo.
- ¿Dónde está él ahora? ¿Por qué nunca me habló de él?
Rosita se asustó por su salud, estas palabras enseguida le parecieron inadecuadas.
- Eso pasó en mi juventud. Yo estaba muy enamorada de un joven y le di mi virginidad, pensando que él iba a casarse conmigo. Entonces él me dejó. Sí, pero después de un tiempo me di cuenta de que estaba embarazada. Y a la época, ya sabes, eso fue una desgracia y vergüenza. Pero de mis padres no había manera de ocultar. Mi padre me llevó a casa de mi tía, donde nadie me conocía, hasta el momento del parto. Incluso me dijo terminantemente:
- ¡No quiero hijos de puta! ¡La gente ahora ha criado establecimientos para ellos! ¡No te dejo que me avergüences para toda mi vida! Con eso es suficiente.
No podía resistirse a su padre. Yo era como un conejo asustado.
Nació con la puesta del sol, fue un muchacho. Lo vi una sola vez - era suave y esponjoso , parecía una pequeña nube blanca. Y con él se fue hacia abajo mi vida. ¡Ojala él viva con
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